Enviado a la página web de Redes Cristianas
Andrés conoció la peste en su pueblo de Tardienta a las cinco de una tarde fría de invierno de finales de 1948 cuando aún tenía cinco años. El eco de los disparos asesinos, los gritos de su madre, y la imagen de su padre caído ante sus ojos nunca podrían borrarse. Era la zona cero de una explosión nuclear. Era El tres de mayo de 1808 de Goya, manos levantadas ante el pelotón, rostros cubiertos, blancura radiante, “jauría de imágenes y espantos”. La piedad y la virulencia se apoderaron de Andrés.